domingo, 23 de noviembre de 2008

de los estados

Hay días en los que me siento como un instrumento musical tocado con pocas ganas. Una trompeta soplada por alguien ebrio, un teclado aporreado por muñones, un acordeón con fugas, un tambor destensado, un barítono desafinado. Emito una música desbravada, que no se puede bailar y que tiene un tenue y remoto compás.

Hay días que tosisqueo como la armónica de un tísico. Maúllo como el violín de un artrítico. Rechino como las cuerdas rotas de las guitarras.

Días en los que miro a mi alrededor y escucho cómo, por ejemplo, en un vagón de metro, o quizá en un atasco, somos muchos los que en santa compaña interpretamos un breve recital inmisericorde. Una balada olvidada que se confunde con la banda sonora de la ciudad.

Otros días soy la filarmónica de Viena. Pero claro, esos son otros días.
 
 
 
 
de alguien que no soy yo

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